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quinta-feira, 20 de junho de 2013

ESPAÑA-TAHITÍ

La otra España no tuvo piedad

Los suplentes de La Roja se dan el festín esperado y le meten diez a Tahití. Marcaron Torres (4), Villa (3), Silva (2) y Mata en un partido sin historia y con Maracaná en contra.

Goles al margen, y fueron unos cuantos, la Selección española no está diseñada para estos partidos. Los amistosos nos distraen, es una evidencia, y no existe nada más amistoso y mimosón que jugar contra Tahití, un rival que antes de empezar regala collares de conchas. Comprenderán que se hace difícil hacer daño a quien te resuelve el regalo para la novia o la madre; imposible desear la destrucción de quienes inventaron el pareo.
 Y aunque se puede jugar al fútbol sin estímulos competitivos (lo saben los domingueros), resulta más complicado hacerlo cuando se siente cierta compasión por el contrario. Esa solidaria empatía lastró a los futbolistas de España en la primera parte, confundidos también por el entusiasta apoyo de Maracaná a cualquier ocurrencia tahitiana. Por momentos, y al igual que le sucedió a Nigeria, los españoles se comportaron como si jugar bien estuviera mal, como si además de ganar un partido hubiera que resolver un problema ético: cómo ganar sin humillar.
España solucionó el asunto marcando diez goles, pero vaya en su descargo que lo hizo sin un solo caño, casi sin regatear, para no ofender. Sin embargo, como queda dicho, antes de culminar la goleada se vivieron momentos de ligero aturdimiento e impaciencia, los que siguieron al primer gol de Torres, recién iniciado el partido.
Con Tahití defendiendo a 25 metros de su portería, la tentación del pase largo hizo descartar otras fórmulas, precisamente las que mejor dominamos, el toque y la distracción, la pared y la invasión pacífica. Así se explica que el segundo tanto tardara casi media hora en llegar, gol de Silva a pase de Villa. Ahora cabe preguntarse qué habría ocurrido si España hubiera dedicado ese tiempo de confusión ética y táctica a marcar más goles. La respuesta es un pecado capital: la gula.
El tercero (Torres) nos liberó de la vergüenza inicial y nos hizo pensar que los dioses de la Polinesia nos castigarían igual por marcar tres que por celebrar diez. El cuarto, primero de Villa, llegó a la contra, con Tahití de regreso de un alegre avance. Si algo no se les puede discutir a los habitantes del paraíso es su febril valentía.
Villa cerró la primera mitad con otro gol de contragolpe y en sus ojos ya advertimos escasísima compasión. Les ocurre a los tiburones que han probado la sangre y a los guajes con perilla que vienen de una mala racha.
Torres no tardó en conseguir el tercero, favorecido por la entrada de Navas, un puñal para trocear la piña. Tampoco se hizo esperar el hat-trick de Villa, que necesitará una familia numerosa para tanto chupete. Mata consiguió el octavo, Torres falló un penalti (para subidón del entrañable portero tahitiano) antes de apuntarse el noveno (el cuarto en su cuenta) y Silva, por fin, marcó el décimo silbando.
Mientras España marcaba goles y goles, Tahití se entregaba más a la búsqueda de su gol improbable que a guarecerse del chaparrón. Son gente hospitalaria, no cabe duda, y quien tenga baja la autoestima debería embarcarse 22 horas en un avión, abrazar sinceramente a los lugareños y retarlos a un partido de fútbol.

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